Por Val Radrigán
Este libro presenta una serie de textos escritos por Valentina Montero en distintos contextos y momentos: ensayos de corte más bien literario, registros de charlas, textos curatoriales, pertenecientes a otros libros, etc. En esta línea, lo primero que destaco es un acierto en la “curatoría” que se hizo de estos materiales, ejercicio no menor dada la ocupación principal de la autora como comisaria de artes visuales y nuevos medios. Ello nos permite acceder a tonalidades y temáticas que, si bien no poseían un afán original de unidad, sí logran conformar un corpus cuya lectura posee una continuidad interesante para dialogar en torno a la imagen y las medialidades contemporáneas.
Un primer aspecto en el quisiera detenerme es en el sugerente título del libro: me parece interesante el juego entre la cámara y la caverna, ambas figuras que tienen un potencial de captura hacia una interioridad misteriosa y mágica: la cámara hacia esa “caja negra” propia de la tecnología de la que hablaba Flusser y la caverna como ese “útero natural”, desde la perspectiva de las comunidades ancestrales. La cámara lúbrica -la cámara del porno- tiene un efecto de penetración en los cuerpos y de generar afectos en ellos, y la caverna digital parece ser un vórtex que absorbe todos los cuerpos y todas las miradas. Desde mi perspectiva, esto propone una lógica que va desde la paradoja de la prohibición de aquellas imágenes que aparente lo muestran todo—las imágenes pornográficas—a un estado donde la hiperabundancia, la ubicuidad y la saturación visual dan paso a un anestesiamiento de la mirada -la imagen digital- donde a un punto ya nada puede ser realmente visto.
Luego, y respecto a la lectura que pude hacer del texto, voy a detenerme un poco en cada uno de los escritos-capítulos. Quizás voy a abordar más profundamente el primero de ellos que es el de las imágenes pornográficas, ya que me interpela directamente por la investigación que estoy llevando a cabo desde el año pasado. Esta justamente tiene que ver con entender la incidencia del porno (junto a otros dispositivos) en la generación de un régimen escópico- sexual, sustentado en la potencia de una tecnología específica, que yo llamo el “aparato cámara- pantalla” y que posee un doble potencial de captura y proyección de cuerpos, imágenes y performatividades altamente estandarizadas de la sexualidad.
En el primer texto del libro, “La Cámara lúbrica” veo un primer vínculo de esto con la propuesta de Valentina, quien también señala que en el porno se despliega una “complejidad de tratar con el cuerpo, el deseo y las imágenes, que operan como artefactos simbólicos, reconfigurando los regímenes de visibilidad y los modos en los k construimos nuestra subjetividad” (p.33).
Esto es así por 5 razones; algunas las puntualiza la autora y otras me permito agregarlas a la discusión:
- La imagen pornográfica es el tipo de imagen más dominante y abundante hoy en día en el contexto digital. Podemos decir, actualmente no necesitamos buscar porno, el porno nos busca a nosotrxs.
- Esta imagen sustenta su potencia en su relación con “las estéticas de lo real” -cuestión que les otorga un estatuto de “verdad” con un parangón en la imagen médica (Tendemos a confiar o creer que lo que se nos está mostrando es cierto e, incluso, que no hay mediación).
- Otorga una sensación de dominio y poder en el espectador que actúa, siguiendo a Valentina, como un “super voyeur”: “simulando un estado de ubicuidad en el que ningún detalle escapa a su mirada y donde el erotismo inherente a un acto sexual es superado por una visión casi clínica de la genitalidad de los personajes em un zoom fotográfico” (p.36).
- A la vez, produce un hiper-acercamiento, un exceso y un encuadre imposible para el ojo humano sobre la sexualidad, “desplazando lo visible a lo inaprensible” (p.35).
- Por último, la imagen pornográfica también es parte de lo que se conoce como “géneros afectivos” que incluirían al terror y que se caracterizan justamente por generar afectos y efectos corporales en el espectador.
Con todo, y quizás por lo mismo, es una imagen que continúa siendo transgresora y sigue siendo prohibida, criminalizada en ciertos contextos e incluso en circuitos críticos hablar de porno o para que decir, del consumo y del placer del porno es considerado de “mal gusto”, poco serio o directamente vulgar.
Una salida a todos estos mecanismos represivos es, así, la absolución de la moral culposa a través del recurso o la alusión a lo “adictivo”: el tildar al porno de “droga que intoxica el alma, mancha la conciencia, corrompe el espíritu, turba la mente, proumeve el vicio y lleva al infierno” (p.29), como recuerda la autora a propósito de disputas en el territorio de la cultura cristiana, no es un asunto tan antiguo como suena y parece, sino que es una retórica contemporánea común que he encontrado tanto en discursos neoconservadores y religiosos, pero también en abolicionismos de amplia presencia en los estudios de género contemporáneos.
En este sentido, también me pareció muy interesante la nota al fenómeno de demonización que opera sobre la cámara fotográfica- en un proceso que el Vaticano resuelve a inicios de los 1800- y que hoy veo que toma creciente actualización y notoriedad en la asociación del porno (el trabajo sexual, las corporalidades disidentes- sobre todo trans- travestis- y los deseos desbocados) a lo diabólico. En esa línea, y si pensamos el sentido que la figura del diablo tiene para Latinoamérica, nos encontramos con que Satanás no solo es una figura terrorífica, sino un personaje que puede ser burlado, espacio donde aparece la risa y el dinero, dos aspectos muy fuertemente vinculados también a la imagen pornográfica.
Desde esta asociación encontré notable la detención a lo que podríamos llamar “desobediencias tecnológicas”, y que alude a los “otros usos” y derivas que tiene lo pornográfico: si bien es un género supuestamente creado con el fin de generar excitación, sabemos, como bien ejemplifica Valentina en la relación con sus compañeros de trabajo (p.23) que hoy vemos porno con distintos fines y en contextos muy variados, generándose con ello una vastísima posibilidad de escenificación de los cuerpos que hace tensionar incluso las categorías de porno y post-porno, por ej.
En un segundo texto, “Fotografía desobediente y bastarda (Del fotomontaje a los memes)”, continuamos esta idea de los desacatos, aludiendo a los usos de la fotografía en sentidos políticos y disruptivos, trayectoria que la autora estudia desde el fotomontaje hasta el meme de la cultura digital. Esto que tiene que ver con fenómenos de apropiación, pero también con la masificación de las imágenes en lo que hoy llamamos “contenidos virales”, potencia cultural que, sin embargo, resulta de una instantaneidad y fugacidad increíble.
Con todo, es muy interesante ver como estos aspectos no hacen que el producto meme pierda potencia, instalándose en el imaginario colectivo como archivo testimonial de una época. Fue muy grato, divertido, y también me generó una profunda sensación de familiaridad el volver a recordar los memes de las caídas de Piñera mencionados en el libro, lo cual me parece genera una tensión y hasta una paradoja interesante con la cita de Manovich que Valentina recupera: “si en el espacio de la carne tenemos que esforzarnos en recordar, en el ciberespacio tenemos que esforzarnos en olvidar”.
Luego, nuevamente se apela a la hipersaturación de imágenes de internet en el tercer texto “Elogio al plagio”, donde vuelve a aparecer también lo demoníaco, esta vez asociado a lo copia. Se alude aquí al espacio de lo mágico/ monstruoso como aquello que seduce y horroriza y que hoy todavía sigue generando un aura de transgresión: el plagio es castigado, es preciso citar la fuente. Sin embargo, la insistencia por lo inédito resulta también agobiante en un flujo de información constante y en una hiperproductividad exigida al campo de la creatividad y de las ideas. En este sentido, se reflexiona en el libro sobre ciertas prácticas artísticas que han hecho uso de re-apropiación de imágenes de distintos contextos (álbumes privados, obras de arte conocidas, etc.) para mostrar lo que ella llama un “espacio submediático” de la imagen, vale decir, dirigir nuestra atención hacia aspectos aparentemente de fondo o fuera de foco para re-actualizar una imagen más que para “crear” una nueva.
El cuarto texto, “Artistas que observan a máquinas que miran”, se detiene en el paradigma ocularcentrista, que ha determinado al eje de la visión como primordial en la percepción y la adquisición de conocimiento desde la modernidad occidental en adelante. Se centra en artistas como Bosch, Brueghel o Rubens para hablar de ese fervor de la mirada que también se expresa en un intento de captura de la realidad a través de dinámicas científicas como los actos de medición y representación geométrica de la naturaleza. En este sentido, efectivamente “la visión deja de ser un sentido para transformarse en una tecnología de la mirada, una forma de dominar y entender el mundo” (p.84). A su vez, ello incide y configura actuaciones específicas hechas para la mirada de otro -lo que en la teoría crítica hemos llamado “performatividades”. Aquí, Valentina se pregunta qué pasa cuando estas acciones o representaciones visuales son hechas para la mirada de un otro ya no humano sino máquinico. ¿Qué dinámicas se activan aquí? Para la autora son centrales las dinámicas de espectáculo y vigilancia, teorizadas por Debord y Foucault respectivamente, las cuales tendrían como consecuencia el control pero también una sobre-performatividad de los cuerpos, o bien performatividades cada vez más codificadas, puesto que su fin último sería el consumo (ser consumidos o consumir, caverna o cámara).
Sin embargo, Valentina también se pregunta por la mirada y las performatividades posthumanas que hoy se despliegan, en tanto máquinas que registran espacios, seres, substancias, materialidades que ni el ojo humano puede ver pero que la mente humana tampoco necesariamente entiende o es capaz de procesar por si misma. En ese sentido recupera propuestas de artistas mediales que recogen las visualidades de cámaras de seguridad o Google Street Views por ejemplo, develando nuevos paisajes, materialidades, texturas inéditas de la realidad.
Finalmente, en “Repolitizar las pantallas desde la caverna digital”, se parte con una cita de Flusser (1985): No es el apocalipsis lo que causa miedo. Es la soledad frente a la pantalla, la pérdida de todo contacto “vivo” con el otro.
Este texto me encontró justo en la coincidencia -misteriosos o diabólicos algoritmos- con un post en IG que se llamaba “Instrucciones para no hablar con nadie”, y que hablaba de la experiencia de una artista sudanesa con las gafas Rayban de Meta, en la que se plantea una vida automatizada en la que se puede prescindir perfectamente del contacto con otros humanos en la ciudad. “Todo lo k implicaría un contacto humano fue sustituido por una interfaz que no se equivoca ni contradice, una experiencia perfecta y al mismo tiempo completamente vacía.”[1]
Esta situación da cuenta de un estado “anestésico y narcótico” que nos fascina en la posibilidad de modificación e hiperreproducción de nuestra autoimagen y de un universo ficcional donde todo lo que se nos muestra, surge de un diseño afectivo hecho para nosotros a la medida, generando una sensación de recompensa inmediata y control de las emociones. En ese sentido, se propone una actualización del mito de la caverna de Platón, en tanto nueva sumisión a un mundo espectral de las apariencias (p.104). La respuesta es un embrutecimiento que anula las reales posibilidades de conexión e interacción, donde el arte podría proponer, a través de operaciones de reactualización de la mirada, mecanismos críticos para re-politizar y re-materializar nuestra relación con las imágenes.
Destaco, a modo de cierre, la profunda fe en el arte que se desprende tanto de la lectura como de la propia autora, que ha realizado una carrera sostenida en la producción y acompañamiento de creaciones de artes mediales tanto en Chile como en Latinoamérica. En un contexto, donde las imágenes parecen abrumarnos, Valentina devuelve una potencialidad y un aporte a la actividad artística para generar perplejidades que suscitan detenimientos: acciones profundamente necesarias en el mundo de hoy.
«De la Cámara Lúbrica a la Caverna Digital. Notas sobre imagen y medialidad», Valentina Montero, Editorial Aguaderramada, Santiago de Chile, 2025.
[1] Ver: https://www.instagram.com/p/DPt4LVhCJ9e/?igsh=NXBlNHU4aGQ4dWVl