Taina Villalobos, Lengua Común: Un Archivo Vivo de la Palabra como Territorio

Taina Villalobos Fischer y el arte de tejer identidades en Abya Yala

En un mundo donde el lenguaje colonizador intentó homogenizar voces, Lengua Común emerge como un acto de resistencia y celebración. Dirigido por la artista chilena Taina Villalobos Fischer, este proyecto transdisciplinario —presentado en la Bienal de La Habana— cartografía las jergas y modismos de Latinoamérica y el Caribe, transformándolas en un archivo audiovisual y escultórico que desafía las fronteras geopolíticas. Con colaboradores de diez países, la obra invita a reimaginar el continente desde el concepto Abya Yala (Tierra Viva), rescatando la oralidad como puente entre memorias ancestrales y futuros posibles.

Abya Yala: El Territorio que Habla

El término Abya Yala, acuñado por el pueblo Kuna para nombrar a América Latina, no es solo un símbolo de resistencia indígena: es el eje conceptual de Lengua Común. Para Villalobos, este nombre “evoca una tierra en florecimiento, donde el lenguaje no es estático, sino un organismo que crece con sus comunidades”. El proyecto, desarrollado durante seis años como parte de su tesis en la Universidad de Chile, recopila más de 1.200 expresiones coloquiales de Perú, Argentina, Cuba, México y otros países, revelando cómo el español —idioma impuesto— ha sido reinterpretado, adornado y subvertido.

«Las jergas son actos de soberanía lingüística», afirma la artista. «En ellas conviven el quechua, el mapudungun, el náhuatl y el afrocaribeño. Son prueba de que nuestras raíces no han sido borradas».

Diálogos entre lo Efímero y lo Perdurable: Videoarte y Escultura

En el videoarte, Villalobos prescinde de guiones o escenificaciones para capturar la oralidad en su estado más puro. Las grabaciones —realizadas en espacios cotidianos como mercados, playas o hogares— enfocan no solo las palabras, sino el cuerpo que las pronuncia: un pescador cubano arrastrando las erres al hablar de la «corriente», una migrante venezolana en Santiago entrecortando el «echar de menos» con risas y pausas. «La oralidad es un acto performático —señala la artista—. Los gestos y los silencios completan lo que las jergas no pueden decir solas». Así, términos como «resacar» (Colombia) o «jallalla» (Bolivia) dejan de ser meros localismos para convertirse en testimonios de resistencia, adaptación y memoria afectiva.

La instalación escultórica, por su parte, traslada estas voces a una dimensión táctil y monumental. Palabras impresas en metal se despliegan en el espacio como un atlas lingüístico de Abya Yala. Villalobos evita las traducciones unívocas: en su lugar, yuxtapone expresiones como el «arrecho» venezolano (ira) y el «cachar» chileno (entender), invitando al espectador a tejer conexiones inesperadas. «La materialidad del archivo confronta —explica—. No es una lista neutral, sino un recordatorio de que cada jerga carga con siglos de historia no escrita».

Recopilar jergas implica navegar un mar en constante movimiento. «El lenguaje muta con cada generación y migración», admite Villalobos. Un ejemplo: la palabra «chamba» (trabajo), usada en México y Perú, varía en matices según si quien la pronuncia es un obrero oaxaqueño o una diseñadora limeña. Para abordar esta complejidad, la artista organizó encuentros entre colaboradores de distintos países —como la cubana Lisset Benitez y la ecuatoriana Tania Mosquera—, donde se exploraron coincidencias inesperadas. «Descubrimos que «guagua» (niño) en los Andes comparte raíces con «guaguancó» (ritmo afrocubano). Esa conexión rítmica une lo aparentemente distante», destaca.

La Bienal como Punto de Partida, no de Llegada

En la Bienal de La Habana, Lengua Común se despliega como una experiencia inmersiva: pantallas proyectan voces superpuestas, mientras las esculturas —intervenidas con semillas y pigmentos naturales— exudan un aroma a tierra húmeda. Para Villalobos, más que una exhibición, es una provocación: «Busco que los visitantes salgan preguntándose: ¿Cómo nombro yo mi mundo? ¿Qué historias guardan mis propias palabras?».

La curadora Mailza Bernard (Brasil) resalta el potencial político del proyecto: «En una región fracturada por modelos extractivistas, este archivo demuestra que nuestra verdadera riqueza está en la diversidad, no en los recursos que nos roban».

La obra como tejido colectivo, colaboración. Lengua Común es, ante todo, un ejercicio de escucha. Entre sus colaboradores destacan Graciela Gutierrez (Colombia), quien aportó expresiones del Pacífico afrodescendiente, Jose Sandoval (Perú), investigador de jergas urbanas en Lima y Ana Poma (Bolivia), cuyas grabaciones incluyen diálogos en aymara.

«Sin estas voces, el proyecto sería un espejo vacío», reconoce Villalobos. «Ellxs son lxs verdaderxs archivistas».

Más que un archivo, Lengua Común es una semilla. Su presencia en la Bienal no marca un cierre, sino un punto de expansión: las jergas seguirán creciendo, viajando y mutando, como lo han hecho por siglos. En palabras de la artista: «Mientras existan comunidades que nombren su mundo con audacia, esta investigación será infinita».

«El lenguaje es el último territorio libre de Abya Yala. Aquí, todxs somos cartógrafxs».

¿Qué te inspiró a iniciar la investigación que dio origen a Lengua Común, y cómo evolucionó el proyecto desde sus inicios hace más de seis años?

La investigación nació de conversaciones cotidianas y diálogos colectivos. En 2016, mientras vivía en Argentina, me intrigaban las diferencias y similitudes entre las jergas chilenas y las de otros países de la región. Durante ese tiempo, conocí personas de Colombia y Perú, lo que despertó en mí la necesidad de comprender más sobre nuestras lenguas y culturas vecinas. Fue entonces cuando surgió la idea de crear un archivo de palabras que trascendieran fronteras.

A lo largo de los años, muchas colaboradoras y colaboradores han aportado a esta investigación, ayudando a recopilar y recordar jergas para Lengua Común, que no solo ha crecido en cantidad, sino también en reflexiones y formas de interpretación. En 2023, el proyecto tomó su nombre oficial como parte de mi tesis: «Lengua Común, Archivo de Jergas Latinoamericanas y del Caribe», presentada en la Sala Juan Egenau de la Universidad de Chile.

En sus etapas más recientes, la investigación ha explorado el documental, el videoarte y la escultura, transformándose en un archivo tangible y multimedial que puede seguir expandiéndose sin límite. Para mí, este proceso sigue abierto: aunque ahora esté en la Bienal de La Habana, no tiene un final definido, pues las expresiones del pueblo latino son infinitas, al igual que su lenguaje.

El concepto de “Abya Yala” evoca una visión integral de América Latina. ¿Cómo crees que Lengua Común contribuye a fortalecer la idea de unidad cultural en nuestra región?

Este archivo es un reflejo de todas y todos. Nos permite analizar nuestras relaciones con los países vecinos desde una perspectiva de unión, evidenciando que nuestras raíces no han sido borradas y que nuestras formas de vida siguen manifestándose en nuestras palabras y acciones.

Las jergas y modismos responden a necesidades específicas de cada comunidad, otorgándonos un sentido de pertenencia que muchas veces olvidamos en este sistema neoliberal. Además, hablamos un idioma impuesto, un idioma colonizador que intentó borrar muchas lenguas indígenas y desvalorizó otras. Sin embargo, a través de las jergas, reinterpretamos este lenguaje de forma única, incorporando palabras de otros idiomas, mezclándolas y creando nuevas expresiones.

Comprender la permeabilidad del idioma cotidiano es clave para fortalecer la comunicación entre nuestros países y construir una visión más integrada de nuestra región, destacando nuestras similitudes más que nuestras diferencias.

Tu obra se organiza en dos cuerpos principales: el videoarte y la instalación escultórica. ¿Cómo dialogan estos formatos entre sí para transmitir el mensaje central del proyecto?

Creo profundamente en lo audiovisual como una herramienta poderosa para compartir experiencias de manera inmersiva. Lo documental permite acercar al espectador a realidades sociales, afectos y miradas de la vida desde una perspectiva íntima. Consideré urgente incluir entrevistas en el proyecto, pues un archivo solo escrito no hacía justicia a las tradiciones orales que han sostenido estas jergas a lo largo del tiempo. Filmar a las personas hablando en su cotidianidad, sin guion ni artificios, me permitía capturar gestos, tonos y volúmenes que aportan una dimensión imposible de transmitir de otro modo. Las jergas debían ser pronunciadas por quienes las usan a diario, y mi rol era solo el de mediadora.

La escultura, en cambio, le da materialidad al archivo. Quería que su presencia impactara, que la cantidad de palabras recopiladas juntas generara una impresión visual contundente y reflejara los años de búsqueda y conversaciones. Además, la obra no busca definir cada jerga, sino ponerlas en relación con otras expresiones de distintos puntos de Abya Yala, por lo que la organización y el montaje respondieron a esta lógica de interconexión.

¿Cuál fue el mayor desafío al recopilar jergas y modismos de diferentes países de América Latina y el Caribe, y cómo influyó esto en la narrativa final de tu obra?

El mayor desafío ha sido la naturaleza infinita del lenguaje. El idioma se transforma constantemente, viaja a través de los territorios y se adapta a las personas que lo usan. Pero justamente ahí radica la belleza del proyecto: su crecimiento depende del intercambio con otras personas, lo que abre nuevos caminos y aprendizajes.

Por otro lado, las percepciones sobre ciertas palabras varían según el contexto y la experiencia de cada hablante, y a lo largo del proceso recibí muchas recomendaciones y sugerencias. Estoy siempre abierta a esos comentarios porque me permiten hacer la investigación más fiel a la realidad y aportar de manera genuina a la difusión de estas jergas. En ese sentido, veo el archivo también como una especie de «guía del viajero», una herramienta para reconocer y conectar con la riqueza lingüística de la región.

Mencionas que organizaste un encuentro con las personas entrevistadas para explorar coincidencias y diferencias culturales. ¿Qué aprendizajes o momentos destacas de esta experiencia colectiva?

Para mí era fundamental generar estos encuentros, ya que muchas de las personas entrevistadas y colaboradoras del proyecto no se conocían entre sí. Las jornadas en las que compartimos fueron inolvidables: hablamos sobre nuestras vivencias personales, migración y formas de percibir el mundo, todo a través de dinámicas de juegos y preguntas.

Este tipo de espacios son escasos, y el intercambio que se dio fue profundamente significativo. Se creó un lazo que no quedó registrado en fotos ni catalogado como «obra de arte», pero que fue la base de todo lo que se desarrolló posteriormente.

¿Qué esperas que los visitantes de la Bienal se lleven al experimentar Lengua Común, tanto desde el aspecto visual como desde la reflexión sobre nuestras lenguas y culturas compartidas?

Me gusta pensar que cada visitante interpretará la obra desde su propia mirada y experiencia, recordando jergas y palabras que le evocan historias personales. Pero más allá de esa conexión individual, me interesa que, tras ver la muestra, empiecen a prestar más atención a las diferencias y similitudes del lenguaje en su día a día.

Espero que esta reflexión los lleve a valorar el lenguaje como un capital cultural vivo, en constante transformación, y a reconocer el inmenso aporte que las jergas del Abya Yala hacen a nuestra identidad y memoria colectiva.


Artista: Taina Villalobos Fischer (Chile)
Colaboradoras/es: Lisset Benitez (Cuba), Munay (México), Jairo Gómez (Colombia), entre otros 10 países.
Lugar: Bienal de La Habana 2024/2025
Medios: Videoarte, escultura, archivo sonoro.